30 años de la Plaza tapatía

Treinta años de la Plaza tapatía
Una crónica obligada

Este año se cumplió un aniversario más de una de las obras más destructivas del tejido urbano histórico de Guadalajara, Jalisco. No puede perderse de vista que Guadalajara, desde inicios de la segunda mitad del siglo XX había iniciado un proceso de destrucción de proporciones desmesuradas conducido por un personaje que, conforme pasa el tiempo, se redimensionan sus carencias y sus torpezas, sus visiones desfiguradas y su verdadera carencia de estatura: Ignacio Díaz Morales.

Bien es cierto que este personaje tuvo acciones relevantes en su vida y no podemos dejar de reconocer algunas lo pueden salvar del escarnio total. Sin embargo, la verdad es que el peso de sus errores es siempre mayor por las secuelas negativas que ha dejado. Quizás no fuera esa su intención, pero lo cierto es que legó un largo cúmulo de agravios y afectaciones culturales y urbanas. Recuerdo muy bien a un loco personaje tapatío, Gabriel Camarena y Gutiérrez de Laris, detractor de Díaz Morales hasta el cansancio, quien en su pasión por la historia denostaba al autor de la llamada Cruz de Plazas, de la Crucifixión de Guadalajara (como atinadamente llamó Salvador Díaz Berrio a la apertura de las avenidas Juárez y Alcalde-16 de Septiembre), y una lista no poco estrecha de obras urbanas y arquitectónicas de efectos negativos para el patrimonio. Gabriel Camarena dejó claro que su pasión visceral contra Díaz Morales tenía fundadas razones, en tanto que casi todas las obras de este arquitecto dejaron secuelas perniciosas e irreversibles en el urbanismo y la arquitectura locales. Yo opino casi lo mismo y vamos a explicar por qué.

Si bien no puede culparse directamente a Díaz Morales de la autoría de la Plaza tapatía (utilizo el gentilicio con minúsculas a propósito), no cabe duda que fue su magna obra urbana llamada Cruz de Plazas el antecedente inmediato; sin embargo fue él quien llegó a imaginar en su mente afiebrada de destrucción urbana (que por supuesto él creía correcta, basado en el principio de su sabiduría espontánea), lo que en su momento llamó la Gran Plaza, que uniría (sic) al majestuoso Hospicio Cabañas con el no menos extraordinario Teatro Degollado. Claro que el discurso estaba acompañado de "ese gran amor que siento por mi ciudad, Guadalajara" y otras aviesas frases del momento. Esta idea por supuesto que llevaba implícitas ganancias para él, pero que las circunstancias políticas no se lo facilitaron del todo... de momento.

La Plaza de Toros demolida


Fue durante el sexenio del gobernador Flavio Romero de Velasco cuando a algún cachorro de la Revolución, arquitecto para variar, se le ocurrió que la idea incubada por quien fuera su maestro podría redundar en pingües beneficios económicos para él y para sus allegados. Hijo del ex gobernador de Jalisco, Juan Gil Preciado, Gil Elizondo fue secretario de Desarrollo Urbano durante el mandato de Romero de Velasco, secretaría llamada entonces Dirección General de Obras Públicas del Estado de Jalisco y durante su administración se gestó lo que sería un gran negocio orquestado a partir de buenas relaciones a nivel estatal y federal que abrieron el camino para poder ejecutar la obra de proporciones megaurbanas. Desde luego que contó con apoyos de las altas esferas del estado mexicano, desde el presidente López Portillo hasta el secretario de Educación Pública, Fernando Solana Morales, quien instruyó al Director General del INAH, Gastón García Cantú, para que simplemente "dejara pasar" el asunto sin que nada ocurriera.
En el INAH en Jalisco, su entonces director Gonzalo Villa Chávez, llevó el proyecto que se pretendía hacer a García Cantú para señalarle lo improcedente del caso, de sus consecuencias para el patrimonio. El director general del INAH simplemente nos dijo: "-¿Ya se iniciaron las demoliciones? -No, profesor, pero todo lo que está ahí de valor histórico se demolerá en breve. -¡Pues no podemos hacer nada hasta que comiencen las demoliciones!". Y así, encerrado en su clásica actitud, don Gastón no dio más respuesta ni apoyo. Las protestas sociales fueron amplias aunque poco conocidas; los periódicos locales de la época poca cuenta dan de ello, sobre todo porque en esos años no daban voz a la disidencia. Sin embargo, algunos aparecieron denostando las obras, por lo menos uno de quien esto escribe, aparecido en Uno mas Uno, de la Ciudad de México, en mayo de 1980.

Claro, en esos momentos México descubrió que tenía más petróleo que el esperado, que había una jauja tal que incluso el presidente de la república nos pidió que nos "acostumbráramos a administrar la riqueza". Así que los recursos no mermaron ni hubo que enfrentar limitaciones presupuestales. No obstante poco después la realidad nos alcanzaría con una devaluación monetaria impresionante. Lógicamente la obra iniciada sufriría las consecuencias, no así por supuesto, las ganancias de quienes en eso estaban.

Lo demás fue historia. Al inicio de las demoliciones se volvió a intentar detener, pero ya había "anuencia superior", negociación en lo oscurito, para que la masacre comenzara. El silencio del INAH se negoció también con algunas migajas como fue en su momento la dadivosa edición de la Historia de Jalisco, obra en varios tomos de muchos conocida. Otra negociación se abrió para conservar algunos inmuebles relevantes de la zona, que no eran pocos; una vez seleccionados dichos edificios y para evitar que saltara la liebre, se le ofreció la ejecución de proyectos de conservación de algunos de ellos al entonces presidente del ICOMOS mexicano, Carlos Flores Marini. Sin embargo, poco después reinó un silencio en ICOMOS: el proyecto de "restauración" del Hospicio Cabañas, fue encargado a Flores Marini y... ¿los monumentos por conservar?... ups! se le pasó la mano al demoledor... La Universidad de Guadalajara, por su parte, negociaba con el gobierno del estado, la demolición de la Escuela de Música que finalmente ocurrió, sin que nadie dijera nada, excepto, claro, algunas organizaciones sociales y académicas marginales.


Las obras no se detuvieron con la crisis, pero debieron limitar sus alcances sobre todo en materia de economía de materiales, proyectos y otras cosas consideradas menores, pero que hicieron posible que se levantaran cajones mediocres y sandeces arquitectónicas de proporciones inauditas. Se levantaron pisos y se envolvieron en fachadas inventadas sobre las rodillas del constructor con imágenes pavorosas de un estilo filo musilinianas, neo hitlerianas y de estilos de la especie. Posteriormente, luego del sismo del 85, hubo necesidad de reforzar todas las delgadas columnas de los flamantes edificios (recuérdese la economía de materiales), para atender una imperativo normativo de esos años. Hasta pretendieron inventar el hilo negro de la estética más cursi: los llamados en su momento fugaz de vida, arcotoldos. Sí, arcotoldos, que era una receta sacada de la manga para hacer una especie de engendro entre toldo, marquesina y en forma de arco... para variar.

Las protestas y la crítica que se hizo en algún momento, simplemente se dejaron correr, se dispersaron y con un manejo eficaz del poder se fueron diluyendo poco a poco... El daño ya estaba hecho, de un plumazo y con buenas gestiones aquello simplemente se fraguó como si nada. El discurso político del gobernador Romero de Velasco llegó a ser indignante, siguiendo un poco las palabras de Díaz Morales: "El proyecto de la plaza es una mano amiga que se extiende al oriente olvidado de la ciudad..."

Recientemente, con motivo del aniversario 30 de la Plaza, aniversario que podría ser luctuoso en realidad, se ha promovido cierta revisión del tema. Por supuesto que fue una obra muy importante; que fue un hito en la traumática historia del patrimonio local; que transformó la estructura urbana y que significó un golpe identitario para muchos en ella, sobre todo para aquellos sin voz, sin acceso a la réplica: los usuarios de esa zona empobrecida y de trabajadores de la zona del mercado. Todo eso es pertinente analizarlo y tratar de entenderlo. Bajo tal pretexto se llevó a cabo una mesa redonda en el Centro para la Cultura Arquitectónica y Urbana, denominada Plaza Tapatía: 30 años. Perspectivas de ayer y hoy, en donde participaron Mónica del Arenal, José Palacios, José Pliego y Guillermo Gómez Sustaita. Tuve la desgracia de no poder asistir, pero al menos escuché en Señales de Humo de Radio Universidad de Guadalajara, que conduce Alfredo Sánchez, la entrevista a los organizadores. En ella se habló de la necesaria revisión de los temas urbanos que obligadamente genera la Plaza tapatía y de hacerlo en un aniversario redondo. Me dio la impresión de que quien organizaba esa mesa redonda se atenía a la candidez de algunos incautos radioescuchas porque se dijo -poco más o menos- que en aquellos tiempos no había la crítica de hoy, el interés por el patrimonio de la actualidad y que nadie había cuestionado el proyecto. Se decía que la plaza tiene ciertas bondades y que a pesar de todo está ahí.

Por supuesto que está ahí, es innegable; pero tratar de rescatar lo irredento es en verdad una acción temeraria. No encuentro en nada digno del nombre de arquitectura o de acciones urbanas loables lo hecho ahí. Y no lo digo sólo por el innegable disgusto que tengo por esa obra, visceral o razonable, sino porque no he visto a nadie que en su sano juicio pueda hoy, ni por asomo, hacer un recuento positivo de ese hecho. Algunas cosas se han dado necesariamente, como el uso social de los espacios. Pero no se puede negar que lo son luego de muchas décadas de no serlo, de ser una carga social y aportar poco, muy poco a la ciudad y su centro, al que sí deformó con esas hórridas fachadas de la avenida Hidalgo, por citar un caso. La pobreza estética del concepto, de las fachadas de mentiras, la vulgaridad de las escalas de los edificios para su entorno, la dolosa actitud de la distribución de los espacios (reducidos y peligrosos rincones que ni la trama original de la ciudad a la que "modernizaron" tenía), el galimatías denominado "arcotoldo" que acabó en un mal chiste... y un largo etcétera de pifias y malhechuras. Por ningún lado encuentro otra reflexión en la Plaza tapatía que no sea el triste episodio que significa pero peor aún, que hoy, a treinta años de hecha, se desperdicie la oportunidad de señalarla como algo que no se debe volver a repetir en ninguna ciudad y menos en Guadalajara. Pero me temo que no hemos aprendido la lección. En sus inmediaciones se cocina ya otra réplica de tan nefasta historia.

Comentarios

Zoomarq ha dicho que…
Para que no se vuelvan a ejecutar, estos casos deben de estudiarse a fondo en las universidades, esta pinche plaza tapatía siempre será un rincón de miedo en nuestra ciudad

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