Final de año

Uno

Vamos llegando al final del año con los mismos sobresaltos de siempre: viene en gasolinazo, el descontonazo de las políticas chafitas del "gobierno" mexicano, las mismas tretas de siempre. El panorama no es alentador, pero tenemos el clima caluroso (signo de la descomposición por el calentamiento planetario), tenemos el afecto, el amor, la posibilidad de tener al menos un resquicio para decir lo que se puede decir y que no lo callen a uno: el blog.
Con tanto augurio pesado, poco tendríamos que decir. Deberíamos más bien callar. Pero no. En estos días se puede ser optimista en forma filosófica. Se puede ver un libro con las fotos de Juan Rulfo tomadas en diversas partes de México con un azoro extraño por las ventanas que abre, pero también por las forma de ver un país que era otro y que no volverá... quizás.
Y entonces viene en nuestro auxilio la tecnología y la reflexión sobre ella: ¿cómo es posible no sucumbir ante ella?
En la mano se puede tener el acceso al mundo, pero el mundo está manejado por una caterva de tiburones que no permiten que sea mejor. Las guerras no las tenemos en la puerta (Irak la tiene gracias a un frenético desquiciado como Bush), pero tenemos la guerra silente, la del despojo. ¿Hasta cuándo van a resistir los zapatistas del asedio del presidente del empleo? ¿Hasta cuándo se va a romper el hilito de la resistencia callada de este país que tiene el mismo desarrollo económico que Haití en 2007?
¡Que venga a nosotros el poeta! Sabines, Sabina o García Lorca... el caso es que nos auxilien de tanta mierda que escupe el culo de los de arriba.
En medio de tanto miedo, mejor nos ocupamos de las cosas que nos acercan a la vida y esas, aunque están proscritas, las practicaremos incansablemente, hasta la victoria, siempre.

Dos

Entonces viene a nuestra memoria la arquitectura de Puebla o la de la Ciudad de México: sus ángeles, sus demonios sonrientes pícaros o sus sitios escondidos. En la calle de Motolinía, esquina con 5 de Mayo, hay un edificio extraordinario que pudiera no llamar la atención de la gente aún hace unos 20 años, pero que hoy se ha convertido en algo reciclable culturalmente hablando: un antiguo banco estilo Art Deco cuya subsistencia ayuda a ser optimista: no lo demolieron en la febril etapa de la modernización. En esa esquina, pero por la calle de Motilinía, está en el mismo edificio el bar en el que tocan jazz: el Zinco. ¿Por qué el nombre? Yo no lo sé, pero es lo de menos, a no ser que sea un quinto que lo vio por primera vez, que había un cinco en algún lado del edificio o que dentro, en sus cajas fuertes de puertas robustas y corazón metálico, se encontrara alguna traza del famoso quinto real que mandaba cobrar el monarca español en sus tiempos... ahora sólo nos recetan el "por qué no te callas" y no sólo recuperan la riqueza, sino que además nos callan, o pretenden.
En fin, ahora nos ocupamos de nuestro gusto: a todos los amigos de este blog, con gran cariño, mis mejores deseos para el año nuevo que viene. Y son deseos reales, no van con coba ni con melocidades: les mando a todos, lectores o no, un fuerte abrazo por el final de otro año, esperando que sean muchos más por venir para todos ustedes.

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