Museos democráticos
Se mira en los objetos depositados en las coleciones de los museos, el reflejo de las culturas humanas, múltiples, amplias. No se falta a la verdad cuando se dice que son una extensión de la educación y una fuente en la que se bebe la cultura. Entonces, los museos son santuarios perfectos para ver la sociedad, necesariamente histórica, que nos rodea; esa que nos dice que no sólo somos una familia compuesta de padres e hijos y parientes y algunos amigos, un círculo estrecho, sino una gran sociedad compuesta de complejos de ideas, formas, imágenes, pensamientos y objetos comunitarios que nos distinguen de otros seres vivos.
Es entonces cuando uno descubre la importancia que tiene un museo y su relevante papel en la educación democrática de la sociedad humana. Pero no deja de sorprender que haya muchas sociedades (evidentemente no democráticas), que no hayan entendido el papel de los museos en la vida cotidiana y no atinen a brindar un servicio claro a sus ciudadanos y al mundo. Guadalajara, o la sociedad tapatía en general, muestra una enorme falta de respeto a sus ciudadanos por la pobre visión que tiene de sus museos y, a excepción de uno, el Museo Regional de Guadalajara, todos parecen ser improvisados puntos de exhibición de las miserias y no lo que en el primer párrafo decíamos.
La mirada universal que posee una sociedad puede advertirse y se expresa a través de sus políticas culturales y la infraestructura museística que posee. Por ello puedo afirmar sin ningún temor a equivocarme, que Guadalajara carece de una visión universal y confirma su carácter completamente provinciano en la política cultural de esa ciudad y, por extensión en el país del centralismo y la aussencia de la dispersión del bienestar, de todo Jalisco.
Sólo nos basta echar una mirada a la infraestructura museística de Jalisco y su manejo para advertir cómo la visión recatada y conservadora del mundo puede hacer de la cultura un taller de bordado o consagrar una casa de reproducciones de "parisinos" como magníficas obras maestras del kitsch; el mundo de la cultura tapatía se manifiesta en su apreciación de los valores auténticos como sólo aquellos que pueden significar lo bonito y lo inevitablemente reconocido por otros. La altura de miras queda proscrita en el universo de la cultura tapatía y ello no deja de ser un termómetro del conservadurismo, de la impronta católica de todo lo observable y los resultados no necesitan muchas explicaciones.
Echando una mirada a los museos podemos encontrar en lo más simple todo lo que está
detrás. En ningún museo, como sucede con el Cabañas que pretende serlo, el cobro de las entradas muestra tan claro que no hay distinción tan absurda como la de los "extranjeros" que deben pagar una cuota diferente a los demás mortales, como los que pido al lector verificar en cada vínculo de los museos como el american museum of natural history o el victoria & albert museum de Londres y el mismísimo Louvre, y en México el más importante como el MNAH de Chapultepec. En cambio el Cabañas nos dice que en el sitio deben tener detectores de ADN de cada visitante para poder diferenciar a quienes son nacionales o extranjeros porque éstos se les cobra por entrar 100 pesos y a los nacionales sólo 30. El método debe ser muy riguroso con los guatemaltecos o los argentinos, e incluso con los españoles que, si nos atenemos al acento los dos últimos pueden ser fácilmente detectables, no así los guatemaltecos o los nicaragüenses y de seguro estarán en un aprieto para distinguir a los colombianos. El cobro de entradas se basa en la capacitación que la taquillera recibió de perfiles de nacionalidad que debió recibir en el FBI o en la CIA, ateniéndonos al carácter universal de Jalisco que es universal porque se sabe tan cercano a los vecinos del norte.
No deja de provocar risa esa política tan provinciana para determinar cuotas de entrada a museos. Es sin duda más democrático un museo de primer mundo que los museos jaliscienses que no acaban de despegar hacia un nivel educativo como deberían de tener con justicia.
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