El patrimonio y sus defensores
Es realmente interesante revisar los datos y documentos del pasado inmediato para poder entender lo que sucede con nuestra corta memoria colectiva sobre hechos contundentes en la historia de la conservación del patrimonio mexicano.
Uno de los datos más interesantes es el que se refiere a la conservación en la ciudad de Zacatecas. En esa ciudad minera, surgió un personaje inefable, gruñón con frecuencia, intolerante unas veces con razón, otras sin ella; un personaje ilustrado a la manera de aquellos lectores de comprensión o por quienes tienen afanes curiosos por la historia o en general por "la cultura". Se llamaba Federico Sesscose, un zacatecano ilustrado que además era accionista propietario de un banco y coleccionista de arte y de todo aquello que pudiera ser de interés personal. Personal, subrayo. Sin duda, esa curiosidad deberían tenerla muchos conciudadanos.
De esa forma, el personaje de don Federico se dedicó a ejerecer una tutela sobre el patrimonio de la capital del estado como lo haría un personaje medieval en tierra de salvajes: él decidió conservar Zacatecas y ponerla en buenos términos como la conocemos hoy, pero también se dedicó a desafiar las leyes federales y a ejercer su rol de patriarca local. Como todo buen "aristócrata" en tierras de indios, o más precisamente, en tierras republicanas, se desesperaba al ver que las leyes y el "gobierno", o sea, el Estado, manejaba y aplicaba las leyes y, además, administraba la legitimidad como monopolio.
Es simple retratarlo de esa manera. En realidad aplicaba las leyes a su manera y lo aplaudían muchos que se consideraban sus amigos como a un chistoso defensor de una ciudad y un estado que suele colocarse entre la zona "salvaje" del país, tierra de chichimecas y zacatecos, cazadores recolectores de primerísima categoría. Y su actitud lo era.
Aplicaba no lo que las leyes permiten, sino lo que su libre albedrío le dictaba: se conservaba así o asado, pero siempre bajo el criterio del "no criterio": la inspiración (o los intereses personales) eran los que tutelaban las decisiones. Eso era parte de su personalidad, reconocida y, por supuesto aplaudida por muchos, incluido el que escribe estas líneas, con una excepción: era un creador de imágenes, no un restaurador o conservador del patrimonio; era un gran comerciante, pero no un gran arquitecto; un importante zacatecano, pero no un importante técnico en la materia de conservación.
Basta ver las invenciones de tantos edificios en la ciudad para confirmarlo. No podemos dejar de lamentar el "rescate" del Mesón de Jovito, un verdadero conjunto histórico popular, para convertirlo en un hotel de lujo; no está mal, se conservó el cascarón, pero no la autenticidad de la arquitectura y el ambiente urbano. Muchas construcciones de Zacatecas son suyas como arquitectura, es decir, muchas son sus invenciones, lo que equivale a decir que están fuera de lo que se puede considerar una ciudad íntegra.
Ahora que se instituyó el premio Federico Sescosse por parte del ICOMOS mexicano para premiar a los autores de la conservación, valdría la pena recordar que en mucho, las acciones de Sescosse en Zacatecas son una invención de algo nuevo, y nada que ver con la historia. El premio se otorgó este año a un arquitecto que sin duda representa mucho dentro del clan de los conservadores: Sergio el Pájaro Zaldívar.
No puede uno sino sonreír ante esta designación, sobre todo reconociendo las pifias de don Sergio, quien apoyó con singular oportunidad la destrucción del ciprés de la catedral de Guadalajara y quien sabe cómo hacer las cosas cuando son negocio. Como decía antes, nuestra memoria es flaca y por eso quizás, nuestros tigres son todos de papel.
El monopolio de la verdad lo tienen algunos personajes que han sabido hacer fortuna con las oportuidades o con el oportunismo. De eso, sabemos, hay mucho en todos los ámbitos. Felicidades por el premio, felicidades por mostrar la realidad de un país de héroes de cartón.
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