Pillaje urbano al descubierto

No era necesaria tanta faramalla, ni tanta postura pseudo profesional; tampoco creo que haya sido necesaria tanta simulación ante hechos de gran trascendencia que hubieran significado continuar la huella diaz-moralina de tan nefasta memoria para una vapuleada y rebajada ciudad.
Al parecer Guadalajara se empecina en querer mantenerse como una ciudad mediocre por su carencia de actitud crítica: quien opine distinto al poder de pacotilla será de inmediato señalado como un promotor de las malas costumbres, de las malas conciencias.

Sobrada razón tienen los dichos populares: "para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo". De cierto tengo que ni el dúo dinámico Petersen-Palomar (que sabemos es un trio también), ni sus acólitos (arquitectos de apoyo a esa figura conservadora de decir y presumir de lo que no se es y sin embargo engañar desde la altura del puesto público), tienen capacidades suficientes para poder llevar a cabo una empresa como la que se supone tenían obligación de ejecutar como lo son los Juegos Panamericanos de 2011. ¿Cómo puede ser profesional del urbanismo alguien que
ignora conceptos básicos como el de centro histórico, o las consecuencias de proponer la "renovación" de éste, desconocer palmariamente lo que significa la conservación o el término rehabilitación?

El caso es que a pesar de la realidad, previsible por múltiples estudios urbanos y experiencias semejantes, los señores que por razones inexplicables toman decisiones para la ciudad, hoy tienen que reconocer su fracaso monumental: no se hará la villa panamericana frente a la antigua Alameda tapatía, actualmente conocida como Parque Morelos. Y no se hará, curiosamente, no porque haya oposición social, no porque existan razones urbanísticas de sobrado peso en contra, no porque sea realmente inoperante y absurdo, sino porque no hay dinero suficiente para llevarla a cabo. Y luego de todo esto, ¿por qué manejan los recursos públicos sin que sufran las consecuencias de una demanda, de una temporada en la cárcel? La impunidad, lo dijo ya un ex presidente, es la constante en la vida política de este país.


Y viendo ahora los resultados de la puesta en práctica de la incapacidad propia de aficionados a la arquitectura o al urbanismo, la ciudad deberá ahora iniciar un proceso para sanar las heridas que la estulticia impuso en el tejido urbano. Habrá que ver cómo se sanan las heridas por las demoliciones, que tienen semejanza notable con otras, causadas también por la voracidad en el negocio inmobiliario. Un botón de muestra: la demolición del Puente de Arcediano, la reconstrucción del mismo metros abajo del río Santiago, y la cancelación aparente del proyecto de la presa que hace daño: ¿dinero tirado a la calle, al drenaje? ¡Claro que no! Hay cuentas personales que se han abultado y no hay responsables del asalto en despoblado, aunque se conozcan sus cabezas.

La ciudad, mientras tanto, sigue su vida, sigue esperando llegar, un siglo de estos, a ser lo que verdaderamente puede ser. Una ciudad moderna, con lo que deba de conservarse como lo que, en sentido lógico, hace a una ciudad moderna, no modernizada en beneficio de unos pillos.

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