La sensación del peligro


Miré a mi alrededor para saber si algún signo ominoso anunciaba el caos. La gente se veía normal, y con todo, me abordaba la sensación de algún peligro latente. No sabía qué podría ser. Miré de nuevo a mi alrededor: el señor que caminaba hacia mí como mirando el piso, absorto; la muchacha que caminaba justo frente a mí con una rapidez necesaria para poder llegar a tiempo a su escuela; los autos estacionados, aparentemente desocupados; el hombre que le da de comer maíz a las palomas todas las mañanas; el tráfico mañanero, calmado aún, unos a la espera del siga y otros pasando a poca velocidad; más adelante, el señor de la librería ya colocaba sus estantes junto a la banqueta para exhibir lo más comercial a la venta, best seller y toda la superación personal; los buenos días; un grupo de jóvenes adelante, presurosos, blandían sus mochilas y parecían disfrutar el fresco de la mañana.

Nada, realmente, anunciaba el inminente colapso, el caos, la desgracia que percibía se acercaba pero no podía atinar de dónde, cómo...

Las banquetas sucias y el hombre del puesto de periódicos acomodando los diarios y las cajas llenas de revistas. ¿Algún detalle que advirtiera el peligro? Nada, me respondía. Todo era como magia o quizá venía una amenaza del espacio o de un posible sismo, las casas que caen como naipes, la sorpresa, el caos.

Para mí todo anunciaba un peligro. Pero nada. Sólo me removía en la cabeza el tío de la gasolinería que se había querido pasar de listo con mi tarjeta de pago, aumentando en el boucher cien mugrosos pesos de más, pero al fin mi dinero y el robo hormiga. ¿Cuántos usuarios caerían a sus manos en el día?

El asunto no sólo era ese sino también el hecho explicable para mí, de advertir en el país una sensación de peligro, de exposición a la muerte, a la cárcel, al hospital... a la morgue. Aparecerían los vehículos a toda velocidad, la persecución, las armas que disparan, la velocidad agresiva, las sirenas. Una hummer seguida de una patrulla de lobos, el sonido típico de llantas rechinar.

No; de nuevo nada.

Durante todo el día me preguntaba lo que me llevaría a vivir uno de mis peores días. La respuesta vino de las noticias sobre un país que se deshace, un país rico hecho jirones, la juventud abandonada, la política con sus dragones engullendo a los pequeños humildes ciudadanos, los ladrones de cuello blanco en la más completa impunidad, sin ley, sin recato. La violencia del secretario de educación, pero peor la del secretario del trabajo que se ufana de dejar desempleados a decenas de miles de trabajadores en un país urgido de puestos de trabajo. Los legisladores aprobando más impuestos, el ejército en las calles
amenazando ciudadanos. Un secretario de hacienda que trata de hacer creer que vamos por la senda correcta guiados de su sabia mano. Los empresarios más boyantes engañando al país o tratando de; la inteminable lista de personajes que se esconden en las sombras para dar la puñalada, el zarpazo, los bancos que cobran por todo y sin justificación más de las veces. Sin duda, el gobierno de ese país, es un verdadero peligro para él.


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