Fuera de la ley

Estado sin ley
Ciertas condiciones materiales reflejan con certeza el carácter fallido del Estado mexicano. Uno de ellos, sin duda, es la aplicación de las leyes y éste es quizás el más elocuente respecto de los indicadores de lo que significa el fracaso de un estado nacional. Un círculo vicioso se despliega en torno al hecho de tener escritas las leyes y que éstas simplemente sean un escrito cuya función central ha desaparecido.

Sin hablar del clero, que ése sí tiene ley
Hay un evidente despliegue de ilegalidad en los actos que los mexicanos cometemos todos los días, gracias al abandono de lo que vivir dentro de las leyes significa para toda civilización. Podemos o no estar de acuerdo en las leyes pero son resultado de consensos, de negociaciones, de discusiones que finalmente las hacen valer. Este proceso está hoy en nuestro país totalmente desmantelado: quienes emiten las leyes no son verdaderos representantes de la sociedad; o simplemente no son los que deben emitirlas y expedirlas para que se cumplan. No obstante, las leyes que existen son, están, se deben cumplir y ese es un primer acuerdo de ciudadanos al que deben sumarse sin restricción los gobernantes. Inútil intentar explicar por qué el presidente de la república expide un decreto de extinción de una compañía de luz nacional que necesariamente debería pasar por el legislativo. Inexplicable, pero en México, justificable en la insostenible realidad surrealista que vivimos... ¿o cómo se dice? Pero éso sí: el clero católico, cuyo reino no es de este mundo, parece imponer sus principios en todas partes, menos en la Ciudad de México, al menos eso parece ser, por fin, un signo alentador. Una mirada al Jalisco confesional de hoy es un desastre legal.

¿Y el patrimonio?
Leyes de protección al patrimonio histórico que el encargado del despacho de la aplicación de ellas, simplemente es un improvisado gerentillo de tercera; una inexplicable situación de dejar hacer, como si ello resolviera algo. "No queremos problemas con la aplicación de la ley", ha dicho y en ello se lleva entre las patas a todo el patrimonio histórico del país. Pero no pasa nada. Y entonces sobreviene el caos, la disfunción, el desastre en la aplicación y existencia de las instituciones nacionales.

Pecata minuta
Un ejemplo pedestre: las calles de Guadalajara están prácticamente tomadas, expropiadas, por los "apartalugares", los viene-viene o como se llamen esos mexicanos desposeídos y maltratados económicamente por un estado incapaz de ofrecer educación o empleo. En su situación desamparada y de ignorancia, se apropian de lugares públicos, de las calles (Pedro Moreno desde Chapultepec hasta el centro es un ejemplo extremo), bajo la complaciente mirada de todos los agentes del "orden" que no limitan su actuación ni siquiera cuando existen estacionómetros o parquímetros que en sentido estricto debería cobrar la comuna. Pero eso no se detiene ahí. Además amenazan a quienes sin su venia usan el espacio público para estacionarse donde está permitido. Amenazas e injurias, agresión para quien usa el derecho que la ley da para usar el espacio público de manera ordenada. Ellos son los que controlan el espacio público y ay de aquel que ose ejercer su derecho.
Ante esto, ¿qué se puede hacer? ¿Denunciarlos ante un agente de la ley? ¿Llamar a un policía? ¿Denunciar ante las autoridades municipales? ¡Imposible! Nada hacen ante estas violaciones "menores" al espacio público y quedamos en estado de completa indefensión ante tales abusos del espacio público.

Muchos ejemplos podríamos tomar aquí para ilustrar el estado de cosas reinante en México en estos momentos álgidos del Bicentenario y del Centenario, son tiempos complejos y al mismo tiempo de reflexión. Escasas condiciones claras para una mejoría sustantiva. De las reflexiones, sin duda la entrega anterior apunta a aclarar qué somos y a dónde vamos. La inquietud es válida, la solución quién sabe dónde estará.

Un homenaje al gran Julio Antonio Mella, a 80 años de su muerte.

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