Luis Javier Galván 1

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Hoy me entero de que anoche murió un gran amigo, compañero y casi colega, el arqueólogo Javier Galván Villegas. No puedo sino dedicarle, en estas primeras horas de su ausencia, algunas líneas de memoria agradecida y de referencias obligadas a mi carrera y a mi profesión. No puedo sino lamentar que por desgracia, la instalación de facilidades médicas en los hospitales oficiales se centran en la capital del país, en ese centralismo que Javier siempre cuestionaba: su corazón (sencillo y generoso siempre), necesitaba ser trasplantado porque estaba agotado y perseguido por una enfermedad seria que lo rindió a pesar de su fuerza y ganas de vivir. Pero ese trasplante no pudo ser porque en Guadalajara no hay, en el ISSSTE, el módulo de trasplantes de corazón que muchos necesitan. De nuevo la vorágine de desigualdad de un país demasiado cruel para sus hijos.

Conocí a Javier cuando ingresé al Centro Regional de Occidente del INAH en 1976, entonces así llamado lo que hoy es el Centro INAH Jalisco. Junto con Francisco Talavera Salgado y José Guadalupe Sánchez Olmedo eran los profesionales que atendían los asuntos torales de lo que es la antropología de la región explorando, analizando, discutiendo el contexto local y nacional no sin un marcado acento sobre la parte más relevante para la cual esas disciplinas son útiles a la sociedad: la explicación del pasado indígena, su vínculo con el presente y la acción necesaria para la acción justa en nuestra sociedad contemporánea.

Uno de los primeros trabajos a los que me invitó para apoyar su trabajo, fue en la zona arqueológica ubicada al pie de La Primavera, en Zapopan, en lo que hoy es el fraccionamiento Bugamilias, en la delegación de Santa Ana Tepetitlán. Ahí había estudiado un conjunto ceremonial prehispánico de grandes proporciones del tipo llamado huachimontones, un conjunto arquitectónico de planta circular concéntrica que verticalmente se desarrolla en planos que definen patios, juegos de pelota, plataformas y espacios vinculados a las celebraciones rituales de aquella sociedad antigua. Junto con él, gracias a su extraordinaria actitud gentil y honesta que me permitía preguntar, opinar y discutir sobre el asunto, pude hacer fotos del sitio en la parte baja de la zona, así como posteriormente en la parte alta en donde descubrió plataformas habitacionales de la época mismas que levantó y con gran generosidad me invitó a analizar junto con él. A partir de ese trabajo a su lado, pude entender mejor la vinculación entre la conservación del patrimonio, mi profesión, y la arqueología en la cual él se desenvolvía de manera más que solvente.
No puedo dejar de recordar los tiempos de cuestionamiento que vivimos con los colegas del INAH y las apasionadas reuniones críticas del sistema, la organización laboral y sindical y las discusiones en círculos de temas que nos reunían a todos en torno a su tambiéjn gran amigo, Gonzalo Villa Chávez, en torno a quien, los que trabajamos en el Centro de Guadalajara, teníamos una gran hermandad.
Lamento la pérdida del amigo y me uno a la pena de muchos que lo queremos. Hasta pronto, amigo y colega.

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