Chihuahua

Visitar hoy la capital del estado y saber del rumor ominoso de la violencia es impactante, más cuando estamos a un pelo de estar igualmente encarados al mismo sufrimiento de otros estados mexicanos amenazados por la violencia desatada por el gobierno de Calderón, negligentemente mantenida a un alto costo de vidas de gente inocente. Jalisco está ya en proceso de arribar a los mismos males que sufren los hermanos de Chihuahua, Durango, Nuevo León, Tamaulipas, Michoacán, Sinaloa, Chiapas, Guerrero... y los que sigan. Viendo el estado y su riqueza cultural, geográfica, de su gente, acaba uno detestando el estado de cosas actual, es decir, no acaba de creerse que estemos viviendo en esa soterrada situación de temor, de miedo, de constante sobresalto a la vida pública, a estar fuera de casa, a disfrutar del mundo que nos rodea como recuerdo que lo hacíamos hace ya mucho tiempo.
Pero Chihuahua es tan fuerte para mí que eso parece quedar de lado, sin dejar de tener siempre una mirada atenta a toda situación extraña o de peligro. No se disfruta de la misma manera que lo hice en las anteriores ocasiones. Sin embargo ahí está.

Villa Carolina.

El asunto era visitar el lugar debido a que era preciso conocerlo antes de realizar una serie de entrevistas para un examen de evaluación. El nombre lo había escuchado pero no lo conocía sino por fotografías. Era mi primera visita a un sitio de esos que muchas ciudad tienen, pero que no son parte del entorno que suele visitarse por la generalidad de la gente, debido a que
suele ignorarse el patrimonio edificado y restársele importancia a aquello que se cree abandonado o que ha deslucido con el paso del tiempo. El sitio es muy interesante como parte del desarrollo urbano de la ciudad capital de Chihuahua, alejado de ella al norte; en realidad cualquiera de nosotros piensa en el conjunto como una hacienda típica, sin embargo en sentido estricto, los chihuahuenses rechazan el término porque no tuvo sino un propósito de conjunto de vivienda de gente pudiente, como lo fue el señor Terrazas, tronco central de los grandes terratenientes de la región y del país. No me detengo mucho en la historia de Terrazas, pero resulta necesario mencionar que mandó construir la famosa villa para su esposa Carolina, lo cual es demasiado obvio, pero así fue.

El conjunto tiene una serie de instalaciones que van desde la Casa Grande, con billar, alberca y muchas comodidades que hoy han desaparecido, hasta la Cochera, el Establo y una serie de instalaciones para los trabajadores, escuela y desde luego, la infaltable capilla, dedicada a San Carlos Borromeo que contiene obras artísticas de relevancia. Dentro de ella está el trabajo del pintor y decorador italiano, radicado en Estados Unidos, Ettore Serbaroli (1881-1951), quien realizó la decoración interior en 1910, el año en que inicia la Revolución mexicana. Serbaroli trabajó para los estudios cinematográficos de California elaborando retratos, escenografías y pinturas para las películas. Su presencia en Chihuahua obedece a una invitación de Terrazas para decorar la capilla de su esposa, habiendo llamado también a Adolfo Ponzanelli, escultor italiano llegado a México en esos años y que adquirió gran prestigio a partir de sus obras en la Ciudad de México. La capilla es muy sencilla, pero tiene elementos notables de vanguardia constructiva para México: su cubierta es de concreto, soportada por vigas de acero que ya entonces se producían en Estados Unidos, y que seguramente se trajeron por medio del ferrocarril mexicano que desde esos años conectaba a ambos países comercialmente.

Bajo la cubierta de concreto se colocaron decoraciones en lámina al estilo de la época, para cubrir la "fealdad" o simpleza del techo. Así también la decoración de muros y presbiterio de Serbaroli y el
altar de Ponzanelli. Un interesante púlpito se madera, un
confesionario del mismo material completan el interior, abandonado por los años, pero funcionando semanalmente, para atender a los pocos habitantes que lo visitan y que son los descendientes de los trabajadores de aquella gran propiedad. El abandono es evidente. Al rededor no hay nada; ni siquiera las nuevas instalaciones habilitadas por el gobierno del estado para una especie de escuela de música y pequeño conservatorio, han podido inyectar vida a esta gran superficie de terrenos que aún mantiene la idea de lo que algún tiempo fue la Quinta Carolina; la sensación de soledad y abandono es intensa aún más con la tierra polvosa, las rodadoras secas, el clima frío y los cerros pelones de Nombre de Dios. En prácticamente todas las direcciones los desarrollos de vivienda moderna, vulgar y de arquitecturas inefables, han invadido lo que alguna vez fue un gran conjunto de equilibrada inserción paisajística con la serranía de Nombre de Dios y el río Sacramento. Viendo las invasiones que padece la Quinta no puedo dejar de lamentar toda esta mierda que empieza a cubrir el país de arquitecturas que nunca podrán ser llamadas a conservarse, como sí lo ha logrado, por fortuna, la Quinta Carolina.
Muchas de las instalaciones del conjunto permanecen a duras penas. Lo mejor es que hay cierto interés porque no se pierdan y de tal forma subsisten el Establo y la Cochera, parte de la Escuela, el tanque del agua y la casa del administrador que llegó a engañarme: en los años setenta del siglo pasado sirvió la Quinta Carolina de escenario para la película de Gonzalo
Martínez Ortega, El Principio. Durante la filmación utilizaron la casa llamada del Administrador como si se tratara de una fábrica de hilados y tejidos, para lo cual pintaron las letras del supuesto establecimiento, sobre la fachada poniente de ese edificio. El engaño que sufrí me hizo decir que se trataba de eso, sobre todo porque las letras han sufrido la intemperie de casi cuarenta años y me fui con la finta de que se tratara de una verdadera fábrica y no de lo que se conoce como vivienda del administrador de la Quinta. Experiencia a tomar en cuenta con las alteraciones o
falsificaciones inocentes a la arquitectura del pasado.
Un conjunto de notable interés por su testimonio de la sociedad mexicana de fines del XIX y principios del XX que a pesar de todo, parece seguir igual. Me refiero a la sociedad, no al conjunto. Hay obras de rehabilitación, de conservación y restauración aunque también se ven reconstrucciones e innovaciones, pero en general el conjunto parece destinado a sobrevivir el tiempo y la inseguridad que vive el país... no sé si nosotros como sociedad lo logremos.

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