En busca de los ancestros.
Francisco Lemaur
De los hijos de Carlos Lemaur dos de ellos, tanto Félix como Francisco, me resultan ahora mucho más cercanos, sobre todo porque se acercan a los orígenes de mi familia. Ambos hijos de Carlos, llegan en algún momento a Cuba y se instalan en La Habana. De manera directa, mis ascendientes son hijos, nietos y bisnietos de Francisco Lemaur. Y más cercano aún porque además fue un militar vinculado al último gobierno español en Nueva España, defensor y gobernador del último bastión: San Juan de Ulúa, el castillo y fortaleza tan emblemático de México y de Veracruz.
Margo Glantz recopiló una serie de crónicas de viajeros, “Viajes en México. Crónicas extranjeras”, en dos tomos, de cuyo primer tomo reproduzco lo que descubrí en una relectura reciente, de un viajero que sólo se dicen sus apellidos: Beulloch o Bullock y que evidentemente se trata de una descripción de Francisco Lemaur, sin mencionarlo por su nombre.
“Cuando el barco ancló sin peligro, se aprestó un bote para que desembarcáramos varios pasajeros en la ciudad, En el camino nos encontró el barco del capitán del puerto, quien de manera imperiosa nos ordenó que nos dirigiéramos al castillo de San Juan de Ulúa; así lo hicimos, de mal gana. Pasamos frente a las baterías que miran a la ciudad y desembarcamos al noroeste. Nos rodeó un gentío; los que lo formaban vestían de manera muy curiosa: eran soldados españoles y mujeres veracruzanas; porque en ese momento había visitantes de la ciudad, se permitían visitas al castillo durante el domingo desde el amanecer hasta el atardecer. Se nos condujo por varias puertas, atravesamos un canal, y por fin llegamos a una gran plaza donde había muchos puestos llenos de fruta y otras mercancías. Varios grupos, vestidos de diversas maneras, llenaban la plaza, dándole el aspecto que deben haber tenido las fiestas de la aldea de nuestro país durante la Edad Media. Cada grupo estaba tan absorten sus diversiones, que pasamos inadvertidos. Llegamos hasta la casa del gobernador sin que se nos prestase atención. Este funcionario, que gobierna el último girón de una potencia antes tan extendida sobre regiones inmensas, es un hombre pequeño, vivaz y de edad madura. Nos recibió de un modo bastante cortés, aunque advirtió al capitán que debería llevar su barco inmediatamente frente a los cañones del fuerte; de lo contrario, nos iría a buscar con sus cañoneros. Agregó que nuestras mercancías estaban sujetas a los mismos derechos ante el rey de España como si nos encontrásemos ya enfrente del castillo. Luego se dirigió a nosotros los pasajeros; nos preguntó el motivo de nuestro viaje, permitiéndonos visitar la ciudad cuando quisiéramos y poniéndose a nuestras órdenes a la manera española.” (pp. 119 y 120)
De los hijos de Carlos Lemaur dos de ellos, tanto Félix como Francisco, me resultan ahora mucho más cercanos, sobre todo porque se acercan a los orígenes de mi familia. Ambos hijos de Carlos, llegan en algún momento a Cuba y se instalan en La Habana. De manera directa, mis ascendientes son hijos, nietos y bisnietos de Francisco Lemaur. Y más cercano aún porque además fue un militar vinculado al último gobierno español en Nueva España, defensor y gobernador del último bastión: San Juan de Ulúa, el castillo y fortaleza tan emblemático de México y de Veracruz.
Margo Glantz recopiló una serie de crónicas de viajeros, “Viajes en México. Crónicas extranjeras”, en dos tomos, de cuyo primer tomo reproduzco lo que descubrí en una relectura reciente, de un viajero que sólo se dicen sus apellidos: Beulloch o Bullock y que evidentemente se trata de una descripción de Francisco Lemaur, sin mencionarlo por su nombre.
“Cuando el barco ancló sin peligro, se aprestó un bote para que desembarcáramos varios pasajeros en la ciudad, En el camino nos encontró el barco del capitán del puerto, quien de manera imperiosa nos ordenó que nos dirigiéramos al castillo de San Juan de Ulúa; así lo hicimos, de mal gana. Pasamos frente a las baterías que miran a la ciudad y desembarcamos al noroeste. Nos rodeó un gentío; los que lo formaban vestían de manera muy curiosa: eran soldados españoles y mujeres veracruzanas; porque en ese momento había visitantes de la ciudad, se permitían visitas al castillo durante el domingo desde el amanecer hasta el atardecer. Se nos condujo por varias puertas, atravesamos un canal, y por fin llegamos a una gran plaza donde había muchos puestos llenos de fruta y otras mercancías. Varios grupos, vestidos de diversas maneras, llenaban la plaza, dándole el aspecto que deben haber tenido las fiestas de la aldea de nuestro país durante la Edad Media. Cada grupo estaba tan absorten sus diversiones, que pasamos inadvertidos. Llegamos hasta la casa del gobernador sin que se nos prestase atención. Este funcionario, que gobierna el último girón de una potencia antes tan extendida sobre regiones inmensas, es un hombre pequeño, vivaz y de edad madura. Nos recibió de un modo bastante cortés, aunque advirtió al capitán que debería llevar su barco inmediatamente frente a los cañones del fuerte; de lo contrario, nos iría a buscar con sus cañoneros. Agregó que nuestras mercancías estaban sujetas a los mismos derechos ante el rey de España como si nos encontrásemos ya enfrente del castillo. Luego se dirigió a nosotros los pasajeros; nos preguntó el motivo de nuestro viaje, permitiéndonos visitar la ciudad cuando quisiéramos y poniéndose a nuestras órdenes a la manera española.” (pp. 119 y 120)
Glantz, Margo, “Viajes en México. Crónicas extranjeras” (Selección, traducción e introducción de Glantz), FCE, México, 1982.
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