La estupidez del capital salvaje

Las mermas

El derecho urbano es aún un derecho inexistente en México. Desde las arbitrarias formas de trabajar de los ayuntamientos, a la incapacidad de las autoridades para negociar con la sociedad a la que deben representar y también a la que deben cuentas, el espacio urbano y natural, la geografía entera del país se ve, en términos generales, desarticulada y desequilibrada. Es el caso de las complicidades recientemente denunciadas por habitantes de Ciudad Bugambilias, en Zapopan, Jalisco, quienes se oponen a la abusiva forma de acabar con el bosque de La Primavera, de la actitud irresponsable de las autoridades municipales de Zapopan de continuar dando licencias para acabar con el bosque que rodea a la zona y que, muy pronto, ya no será un bosque natural, sino por el contrario, un bosque de cemento y estupidez humanas.

Hace algunos años señalaba cómo se está destruyendo el bosque que rodea a esos fraccionamientos en un simple formato muy conocido: las fotos en Panoramio, parte del portal de Google Earth, en donde se puede leer la manera en la que los burócratas de Zapopan acaban con las áreas naturales y la forma en la que se autoriza el afeamiento y la conversión de áreas otrora bellas o al menos entrañables, por otras nefastas, impersonales y deprimentes. Ahora me doy cuenta que tal vez sea necesario actualizar el recuento de las pérdidas: el bosque es cada día más estrecho, la urbanización especulativa es agresiva y, finalmente, refrendo la actitud suicida que tenemos los seres humanos.

Sucede que hasta por opinar al respecto las personas que se han atrevido a denunciar los hechos han sido reprimidas: dos bombas moltov a sus propiedades para decirles que tengan cuidado. Algo sucio, muy sucio, debe estar atrás de esas respuestas al rechazo de seguir agachándose por parte de mexicanos dignos. ¡A ver si no me pasa lo mismo! Algunos me han dicho que eso no se hace, pero me resisto a ser parte de la complicidad que tanto nos afecta desde tiempos del personaje que debería de analizarse con todo cuidado y que repesenta muy bien a los tiempos actuales: la vida y obra de Antonio López de Santa Anna, en el siglo XIX.

Las imágenes que acompañan esta entrega son evidencia de la destrucción y de la extensión de áreas urbanas en sitios en donde no debería permitirse su extensión por los daños a la ecología y por la alteración del habitat de tantas especies animales y vegetales en peligro. Es una cañada que llevaba las aguas pluviales en una cascada de temporal que ahora, alterada y deforestada, ya no hace otra cosa sino provocar deslaves y la consecuente destrucción a su paso. Es una zona que pronto será vendida a precios elevados (y en cachitos), pero a un costo aún mayor para el medio ambiente local y zonal. Los permisos, ¿estarán dados conforme a la ley?, ¿tendrán noción de los efectos a corto y mediano plazo que le inflingen a la zona natural? Parece que los urbanizadores, diseñadores, los politicos y promotores, ni idea tienen de lo que pasa en este mundo; al igual que la más atrasada de todas las sociedades humanas, de las más destructivas de sí mismas y de las que tienen un futuro muy incierto, los dueños de esas decisiones carecen de autoridad y más aún de vergüenza.

¿Transporte público?, ¡ni madres!
En otro punto de este magnífico estado de cosas, el transporte público (todo lo público es hoy algo así como una monserga, una ver-da-de-ra lata), sigue siendo lo más castigado en la Perla desgastada de Occidente: si alguien viaja en el más moderno sistema de transporte de la zona metropolitana, el tren ligero tan cacareado, se topará con estas escenas en donde el peatón es considerado como un animal poco menos que recional porque, claro, "carece de automóvil, pobrecito que ni siquiera puede compar un auto..." Así que todas las obras para la ciudad se dedican a los autos, no para los usuarios del transporte público; estamos en el punto del retraso más humorístico de la urbanización moderna. ¡Qué notable inteligencia al hacer y motivar las obras públicas! Por eso se destinan tantos milloncejos al túnel mal hecho de Las Rosas, y nada, claro, para beneficio social.

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