Los jardines, el jardín

El calor agobiante de inicios de mayo hace sufrir de tal manera que desearía no hacer nada. Nada en cierto sentido; leer, escribir, fumar, charlar... ¡éso sí! Pero la mejor invitación a moverse con frescura en medio del calor y al mismo tiempo contemplar el mundo y reflexionar en torno a él es pasearse, arreglar y regar el jardín. El jardín del Edén en el que habito se ha ido configurando de manera placentera, a veces con sorpresas por muertes de especies vegetales apreciadas y muchas otras con recompensantes olores, espectáculos visuales, fiestas de insectos o aves. No ha sido fácil transformar el terreno inicial en lo que hoy es, luego de diecisiete años de aferrarme a creer que un día podría estar así.  
 
   
Un jardín de 1995 y en 2009                                                         
        La terapia de regar el jardín es muy nutritiva en recuerdos. Por lo general empieza uno a ver las necesidades de agua de determinadas plantas o el exceso en otras; viene luego la comparación con otros jardínes, públicos o privados y la inevitable comparación con los jardínes de otros; los otros que son evocados junto con sus jardínes y luego acude invariablemente el personaje o la personaja (ja, ja) en episodios personales, en citas o en frases; la vida de algunos conocidos, las desgracias o las glorias de otros, las uniones y las separaciones, los recuerdos de cada centímetro o de cada planta. Recordar que el platán o sicomoro que traje de Francia está unido inseparablemente a la vida de una persona que ya no lo está en Pézenas; la biñona de La
Alhambra, las suculentas rescatadas de una terraza de Zacatecas, el agave africano del patio del Alcázar de Sevilla, el acanto del jardín de San Diego Churubusco, el papiro del Orinoco de Ciudad Bolívar en Venezuela... en fin, cada historia que se teje en este jardín se cuenta porque lleva consigo partes del mundo que nos rodea... y es entonces que el jardín se vuelve un esceanario maravilloso para que el calor se esconda entre el fresco de la tarde o la maravilla de las mañanas de frescura inobjetable. 
Tal vez lo más maravilloso sea hacer el recuento del proceso del jardín siguiendo las imágenes y las transformaciones, las del jardín y las propias, que no son pocas by the way. Son sorprendentes porque plasman la modificación de la tierra, el proceso de la vida, como decía Ramón Rubín en un cuento de título parecido, El tropel de la vida. Sólo que ne este caso es con la participación de la mano humana, con caricias prodigadas, con esfuerzos y con el apego al lugar que ha crsitalizado en otro mundo posible.
El agua corre por la manguera y va cubriendo de humedad los sitios convenientes, pero al mismo tiempo cubre de recuerdos la mente y pasan volando anécdotas de "si el jardín tenía césped o no... no me acordaba", o la de sorpresa de un visitante cubano que lo primero que dijo fue "ésa es una ceiba"; cada lugar guarda espacios de tiempo, incluso la piedra de los pensamientos, cuando los momentos de abandono laboral eran críticos o cuando hubo necesidad de comer nopales como única alternativa para sobrevivir. De todos modos, el paraíso existe y sí, está aquí a un lado más ahora con la prohibición de salir y contagiarse con los humanos, yo prefiero hacerlo con mis plantas.                                                                                                                                                                                                                                           
El agave africano del Alcázar de Sevilla.                                                                                                                        

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