Dominio de la vulgaridad




A la feliz memoria, la amistad,
pachanga, tragos y noches
con mi amigo David El Negro Guerrero

Es uno de tantos huecos, o valdría mejor decir uno de tantos fallos de la cultura nacional en los tiempos que corren: descubrir con ojos propios los ambientes que los mexicanos de hoy tenemos que padecer, mirar de reojo, o simplemente sentarse a observar sentado en cualquier ciudad o pueblo mediano: ver cómo la vulgaridad y la ausencia de sensibilidad se ha adueñado de nosotros de manera lenta pero contundente. La presencia del mal gusto aparece como una constante, un signo inequívoco de la crisis por la que atraviesa un país que llegó a tener una arquitectura, urbanismo, artes plásticas y medio ambiente natural de grandes dimensiones, con un peso tan distintivo y reconocimiento universal que, todavía hoy, en estos momentos, intentamos presumir pero que denostamos y destruimos con una facilidad que pasma y lastima.

Viene esto a colación porque me paseé por las calles de varias ciudades (algunos lectores me llamarán loco si nombro ciudades a todas las visitadas), y en todas encontré, en algunas más y en otras poco, la marca de la sinrazón, del mal gusto y sobre todo de la indolencia que está transformando nuestro paisaje urbano y natural de manera irreversible.
Irreversible porque el patrimonio cultural una vez que se destruye o altera, nada puede hacerse, o muy poco, para recuperar su sentido auténtico.

Empezaré mi cuento por la misma Guadalajara, en donde el ayuntamiento local ha fallado en todos los intentos de dizque "recuperar" la imagen urbana, de pintar fachadas bajo proyectos de aficionados y sin tomar en cuenta a las autoridades que por ley deberían ser consultadas, y de un innumerable e incluso interminable número de acciones que incluyen el antiguo cine Variedades, hoy llamado LARVA; la villa panamericana o los juegos panamericanos mismos; las banquetas del centro, sus calles y el pseudo diseño urbano que, por sólo mencionar algunos ejemplos como ausencia de botes de basura, alumbrado, colocación de bancas y arbolado como si el sol y el uso de ellos fuera otra historia; la pobreza de miras en la colocación excesiva de árboles ya sean arrayanes o cítricos, que nunca fueron imaginados para crecer; la incapacidad para organizar proyectos serios con miras a los futuros (y hoy en día muy dudosos) juegos Panamericanos de 2011... Un corolario muy extenso de acciones que son dignas de un récord de Guinness al manejo más torpe de un gobierno municipal.
La extensión de la lista de barbaridades no puede alargarse por razones de espacio, pero quedan ahí asentadas algunas de ellas; otras, el tiempo las decantará, al menos confío en ello. Seguramente serán las mejores y ya habrá tiempo que me reclamen. Doy fe.

Llegué a Guadalupe, Zacatecas, por razones de mi investigación sobre el Camino Real entre
Bolaños y Zacatecas pues debía consultar la biblioteca que se encuentra en el magnífico ex convento de notables colecciones pictóricas de la época colonial. Ahí me percaté que todo aquel impacto visual no puede dejar de ser considerado como una rica manifestación de la cultura de otro tiempo, no de este que me toca vivir. Entiendo que en aquellos tiempos era una riqueza vedada a ojos como los míos que, en justa correspondencia, no me hubiera
tocado quizás conocer y mucho menos imaginar. Tal vez fue por ese antecedente de notable calidad que comenzó mi calvario e incertidumbre por lo que por contraste me tocó ver después.

Zacatecas, la capital, está a tiro de piedra de Guadalupe. En la ciudad han crecido los modernos barrios tristes, como en todas las ciudades mexicanas sometidas a la dictadura de los mercaderes del suelo y de la vivienda. Pero también han crecido como hongos los mamotretos "modernos" cuya razón de ser se antoja producto de los mismos personajes obtusos que dirimen asuntos de urbanismo en la capital tapatía. Obvio es que han tenido la decencia de ponerlos fuera de un cierto perímetro del centro histórico, pero el impacto al ambiente urbano es parecido. Por supuesto que el centro histórico ha tenido un cuidado especial y las ridiculeces que suelen plantear los genios del ridículo pictórico en Guadalajara están proscritas ampliamente al menos en una zona. Y la limpieza es evidente, no hay como aquí, basura por todas partes porque los zacatecanos tienen pudor... y botes de basura, claro. Por lo menos hay recato.

Visitar Jerez es siempre evocar un oasis en el desierto subtropical. Sus calles lucen limpias, con adoquín de verdad, con banquetas cuidadas, limpia. Los desbarajustes de los nuevos diseños urbanos no dominan el centro de la ciudad por fortuna y sólo las periferias muestran con claridad que el término centro histórico es por lo menos entendido: la zona de tal nombre se define por las expresiones urbano arquitectónicas de calidad hechas en siglos pasados, es la manifestación espacial de una sociedad precapitalista con sus contradicciones, pero claramente discernible y lograda en términos humanos y sensibles. Por supuesto que la vulgaridad abunda con el tema de la música de moda, la banda, los braceros que han regresado a imponer sus "gustos" y las nuevas construcciones que carecen de originalidad o, al menos, de imaginación. No dudo que en cien años sean consideradas como expresiones de la gran crisis de un país, pero dudo que lleguen con dignidad a cumplir edades tan avanzadas. Esos edificios, como el "rascacielos" de la izquierda, son al menos expresiones de su tiempo, de un tiempo sin brújula y una identidad perdida: la educación nacional actualmente (privada casi toda ya), beneficia a las aspiraciones de quienes se sueñan gringos y no han podido identificar su pasado, mirarse en él.
Teatro de Jerez

Pero luego llegamos a Jalisco, por la tierra ignota del norte del estado, donde la pobreza es palpable, el abandono de las carreteras es evidente en comparación con Zacatecas. Cada lugar, cada ciudad del norte jalisciense vive una vida entre lagañosa y aburrida. La actividad palpable se restringe a la iglesia y los rezos, la rudeza de la vida campesina o ganadera y la idiotez del campo, como decía Marx: los trabajadores no tienen aspiraciones a nada, la ausencia de los jóvenes es evidente porque se han ido a trabajar al otro lado; "mire usted, ya nadie quiere vivir aquí", me dijo don Rafaél Huizar, un hombre de 73 años de cuero corrioso, acorde a su experiencia, cerca de Cartagena.
A mí sí me gustaría vivir allí, pero sólo por unos días, no más. Es el aburrimiento lo que le gana a uno y la ausencia de toda infraestructura que la vida actual puede ofrecer a todo ser humano en un país civilizado. Eso no hay aquí, ni imaginar internet, ni un lugar para el encuentro que no sea la pinche televisión comercial o la iglesia. Lo demás, es la soledad. Y entonces me imagino cómo poder vivir ahí en medio de tanta soledad innecesaria.
Pero lo más desastroso es el caso de Bolaños. Ese pueblo minero, nacido en el virreinato cuando administraba la riqueza de la Nueva España el primer Conde de Revillagigedo, Güemes y Horcasitas, tuvo un pasado tan glorioso, tan lleno de valores urbanos y orden en la construcción impuestos por el propio virrey, quien informado del desorden urbano anterior a 1749, ordenó (y se ve que entonces, sin celulares ni internet, se podía gobernar y ordenar desde la distancia), se embelleciera el Real en forma tal que aún hoy, luego de más de cien años de abandono del Real de Minas, es posible admirarse por todo lo que fueron capaces de hacer quienes habitaron ahí en el pasado. Sin embargo, el presente está lleno de heces y olores que le acompañan. Lo que se ha hecho, y se sigue haciendo, es llenar a ese pueblo que conocí por primera vez en 1979 muy diferente a lo que hoy por desgracia se ha convertido, en un depósito de estupideces incontrolables, incluso propiciadas por algún presidente municipal que construyó frente al pueblo, del otro lado del Río Bolaños, una estupidez arquitectónica de una desproporción inconcebible que contamina la visual de un poblado armónico.

En resumen, es evidente que el pasado urbano y arquitectónico de gran calidad se restringió a una época que no es la actual. El presente de un país desmantelado y manejado por intereses muy ajenos a los más auténticos deseos de todos los que a pie, queremos aspirar a otro destino diferente al de los gobiernos actuales, sometidos por los tiburones. La libertad está dejando de tener sentido y eso lo dice la cita de Sami David (La Jornada, 31 de octubre de 2009, p. 18) sobre la libertad ejercida en la forma integral del término, que realmente libera; de lo contrario, dice el autor, "el riesgo estriba en que la libertad puede servir -de acuerdo con Bobbio- no para forjar hombres más sabios y nobles, sino para volverlos más ignorantes y vulgares... la libertad puede ser dilapidada, malbaratada hasta el punto de hacerla inútil, un bien innecesario, incluso dañino..."

Comentarios

ELPPGG ha dicho que…
Mi estimadisimo Cuauh, en breve comentare acerca del tema de tu columna, pero, antes permiteme un ligero desvario provocado por tu prosa abundante: Bolaños Carajo! avioneta compartida con huicholes, aterrizaje en loma pedregoza, levantamiento de la casa de moneda (casi en cueros)cine en sabana, buenos amigos, tinto en el puente, agua de platano, edil del tri que nos dejaba votar-juez dueño de la cerveza.....a cuantos recuerdos. El pueblo, carajo, ese pueblo, que lejos en mi memoria.
Gracias, muchas gracias por ese recuerdo.
Un abrazo
Cuauhtémoc de Regil ha dicho que…
Así es mi querido Pepe! Son recuerdos que por desgracia esos pobres imbéciles de presidentes monecepales están borrándola lentamente. El pueblo está transformado pero aún conserva mucho de tu recuerdo. Un abrazote!

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