Arquitectura sin novedad



Con la construcción del hotel Riu de Guadalajara, parece que de nuevo se desperdicia otra oportunidad de tener, ahora también en la arquitectura privada, ejemplos de valía o por lo menos novedosos, diferentes o propositivos. Es
evidente que los lineamientos legales o las normas de construcción o urbanas de Guadalajara (y de Jalisco todo), son tan retrasadas y tan sumisas a lo que un inversionista poderoso desee que todo puede permitirse, todo puede pasarse y todo se vale: en el neo medioevo en que vivimos, es fácil imaginar que la ciudad se defina a partir de ausencia de normas, pero también de la realidad.

El proyecto nació en un momento en que la administración municipal estaba en manos del partido de la involución, el PAN, que en materia urbana es poco menos que la ausencia de todo, incluido su propio discurso vacío. Es evidente que aún a pesar de que su impacto urbano sería de grandes alcances, nunca se difundió ni se dio a conocer del todo bien, como sería en una sociedad organizada y al menos mínimamente democrática, cuáles serían sus características y cuáles sus impactos. A nadie le importó ésto. A muy pocos les importó que sólo sus cuentas bancarias crecieran.
El rascacielos tapatío, ahora con el récord del más alto de la región, no ofrece ninguna novedad. Su convencionalismo es apabullante, su aridez de conceptos es sorprendente en un momento en que muchos elementos de la arquitectura se debaten ante una realidad energética y un desarrollo que precisa de nuevos modelos, distintos a los agotadísimos del racionalismo, del postodernismo y del minimalismo rampantes de los últimos treinta años. En la escena mundial hay muchos ejemplos de avances notables, de enfoques responsables de la arquitectura ante el medio ambiente y aún más, de propuestas formales serias y sólidas. Sin embargo es evidente la ausencia de creatividad en la arquitectura moderna en donde lo imperativo son los negocios antes que la sociedad usuaria.

Se trata de un paralelepípedo de 40 pisos, con fachadas de cristal en donde éste sirve sólo para reflejar el sol o el cielo, no para ofrecer precisamente vistas espectaculares a sus usuarios, ya que apenas hay unas cuantas ventanas y balcones que asoman a un panorama por lo demás poco atractivo. Sin embargo, el impacto visual es muy notorio; es visible desde zonas lejanas como ningún otro edificio, adelantando una era de referencia a los nuevos valores urbanos privados y dominantes.
Por otra parte, el uso de su posición geográfica es ignorado por completo. Las orientaciones son como cualquier otro edificio que ignora las trayectorias solares y el clima como debería ser en la actualidad cuando se piensa en la energía, en el medio ambiente y en la respuesta urbana mínimamente ecológica, aunque un edificio de su tipo difícilmente pueda serlo. Queda la duda de un plano inclinado al sur que pudiera ser en un momento empleado para captar el sol invernal local, pero al parecer es sólo un pretexto de romper con él la monotonía del paralelepípedo solamente.
En el uso de materiales no hubo ningún esfuerzo, ninguna imaginación se ejerció. Concreto y vidrio, durock en muros divisorios, las zonas de relleno de vanos de la estructura del pésimo block de cemento; los engañosos niveles marcados con cristal y acero, para variar. Y todo ello con la imagen final de un edificio pseudo moderno, pero en sus entrañas con el convencionalismo más ramplón que se pueda imaginar.

Queda esperar que para junio de 2011 que se inaugure, pueda despejar algunas dudas y confirmar jucios. El hotel Riu, propiedad de un gran consorcio internacional, pero básicamente de la familia catalana Riu y Güell, demuestra ampliamente dos cosas. La primera que los españoles regresan a un país devastado por la ineficiencia a hacer negocios; y la segunda, que el apellido Güell, que patrocinó la mejor arquitectura de Barcelona de finales del XIX y principios del XX, esté construyendo la peor arquitectura, grandota eso sí, de esta pobre Nueva Galicia, actualmente el estado de Jalisco.

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