Del abandono


En la nota anterior hablaba de la ciudad abandonada, es decir, una de las más en el continente americano, Guadalajara en el estado mexicano de Jalisco. Poco se puede decir de esfuerzos por mejorarla en los últimos veinte años... o tal vez más. El recuerdo de proesas administrativas quedó sólo en el recuerdo cuando los gobernantes imprimían sus logros, o al menos sus pirotecnias más acariciadas, entre ellos pasos a desnivel, escuelas, hospitales, calles y caminos, parques y jardines, nuevos edificios administrativos, guarderías infantiles, acciones sociales, mejoras urbanas... todo ello es hoy materia de recuerdos casi olvidados.
Por años, déjenme decirles, Guadalajara se ostentaba como una ciudad modelo del país. Se decía orgullosa heredera de las tradiciones más rancias de la mexicanidad, incluso de su picaresca, de su imagen que se conocía en el extranjero, de sus bellezas naturales y femeninas, de su deporte (arriba las Chivas del Guadalajara, equipo de futbol siete veces campeón nacional), la ciudad era adornada por jardines de rosas por doquier, tenía un clima excepcional comparable sólo con el de Cuernavaca que le robó el mote de la ciudad de la eterna primavera. Esa fue la Guadalajara de hace ya más de veinticinco años, porque la actual ha venido siendo destruida a pasos agigantados y es hoy en día lo que tristemente es, una de las ciudades más abandonadas del continente en materia de conservación patrimonial, de su medio ambiente, de su calidad de vida... más lo que se acumule esta semana en el mundo de las cifras y las encuestas. Triste es ver cómo se ha dejado a la ciudad y su urbanismo en manos criminales, en manos de politicastros de poca monta que no han logrado nada más allá de aumentar sus cuentas bancarias y obtener posiciones de poder que les permita ir más adelante en una sociedad escéptica, acrítica y sobre todo, permisiva de que sus políticos hagan con ellos lo que se les de la gana.
Parte de ello nos preguntábamos el martes pasado por la noche en el programa Buenas noches metrópoli, al que amablemente me invitó Laura Castro Golarte y su colaborador y mi amigo, Juan Lanzagorta Vallín, colega arquitecto que ha participado en la crítica urbana como pocos lo han hecho en esta atribulada ciudad.
La verdad es que nos preguntamos y cuestionamos durante el programa, todas las calamidades habidas en esta ciudad y por lo cual nos lamentamos porque al fin y al cabo en ella vivimos. Nunca obtuvimos, ni ofrecimos alguna respuesta. Las respuestas quedaron en el aire, como se suele decir.
Pero esas respuestas de alguna manera están enunciadas en el contexto de la charla que tuvimos. En gran medida por la participación de la gente, en mucho por las nuevas formas de organización al margen de las instituciones, como es la transparencia (o lo que de esa figura pueda lograrse), de la apertura en materia de opinión (antes y hasta hace muy poco, imposible de imaginar, de modo que tenemos logros después de todo) y desde luego gracias a la red de redes, la Internet de donde se puede pescar y opinar de todo, lo que la hace una herramienta de las más democráticas inventadas por el hombre.
Hay, por estos días, una gran cantidad de organizaciones sociales que se organizan y empiezan a buscar alternativas de gestión de la ciudad; hay también ciertas formas de equilibrio social que se empiezan a dar sigilosamente, que se empieza a vislumbrar por ejemplo una actitud un poco más crítica entre algunos jóvenes... sin embargo aún falta mucho por hacer. Nunca será suficiente, claro. Quisiéramos que los logros se hicieran urgentes, la vida es muy corta y no se puede esperar que pase sin que nada suceda y es entonces cuando surge la posible esperanza en un presente mejor, no un futuro que nadie vivo hoy conocerá jamás.
Pero esta semana empieza la Feria Internacional del Libro, y empieza a tomar un poco esa vida artificial cosmopolita que le gusta tener a esta ciudad, sin realmente hacer nada para merecerlo. Esta semana y la que sigue serán el escenario que se propició en la ciudad para que viviera por sólo quince días las glorias de lo que no puede ser realmente todos los días, todo el año y al parecer, por desgracia, no lo podrá lograr en la segunda década del siglo que se inicia.

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