Una ciudad a modo

Segunda entrega

Y luego fueron los hechos más notables en el manejo del espacio histórico de nuestro personaje. Convencido de que la ciudad debía ser bombardeada artificialmente, decidió que era oportuno convencer a los administradores públicos, políticos y comerciantes de que su rostro tradicional debía cambiar por uno más moderno, más parecido a las experiencias europeas del momento. Por eso, sin un proceso de reflexión profesional y sin una postura crítica al respecto, pero además con una notable falta de sensibilidad ante lo que en el pasado se había hecho en esta ciudad, pensó en hacer plazas grandes, plazotas, para orgullo de los tapatíos. Sumado a ese "principio", también se dedicó a diseñar edificios que darían marco a tan descomunales proyectos, como fueron los que actualmente existen en los paramentos que dan frente a algunas de las plazas. La foto a la derecha muestra una de sus obras más emblemáticas por su fealdad e incongruencia.


Dos ejemplos son más que suficientes para mostrar las habilidades arquitectónicas de este afamado arquitecto convertido en santón de la ciudad.
El primero, es el de la intervención a la catedral de Guadalajara. La idea de que ese edificio debería ser lo que a él le parecía lo mejor (y en eso sin duda no podemos argumentar nada ante el principio de autoridad), surgía de un análisis muy superficial de su arquitectura. El momento así lo exigía: en los años anteriores, el funcionalismo había construido principios claros para su desarrollo; la arquitectura funcionalista arremetió contra todo cosmético y promovió el principio de la expresión de los materiales como son, sin máscaras, sin mentiras. Nuestro personaje así lo entendió, pero NO entendió que se refería a la "sinceridad de los materiales" de la arquitectura funcionalista, es decir, que no recetaba la medicina para la arquitectura del pasado, sólo para la nueva arquitectura, para la moderna, funcionalista.
No conforme con ello, aplicó el principio para la catedral: su análisis superficial del monumento le hizo creer, por ignorancia, que estaba recubierto de aplanados y pintado por la ignorancia de generaciones, por lo que él mismo había calificado en forma temeraria, de una "moda afrancesada" de pintar y embadurnar los edificios. Entonces tomó la decisión: retirar todos los recubrimientos a la catedral para dejarla a tono con las tendencias de los tiempos que corrían. Pero, ¡oh, sorpresa...! Resultó que la catedral se construyó a base de lo que por entonces se conocía como muros de caridad: hechos con lo que la gente regalaba y que era piedra de diversas formas, colores, texturas y calidades; ladrillos de todos colores; adobe por carretadas; cal la que fuera; trabajo voluntario, pero no calificado, etcétera. Por lo tanto, los constructores de ese edificio, nada tontos, decidieron que las limosnas estaban bien porque al fin y al cabo eso no se advertiría en el resultado final: se recubriría con aplanados o enjarres como era normal e invariable en la época, siglo XVI.


La estulticia del personaje y la necesidad de corregir el entuerto hicieron posible que nuestro personaje "descubriera" el hilo negro: para no dejar todo ese potpourri de materiales aparentes que la sinceridad funcionalista exigía, decidío recubrirlo con la afamada cantera de Atemajac, la cantera amarilla. Y entonces se le dejó como nunca fue, como nunca debió ser.


Lo interesante es que hay personajes que aún siguen el ejemplo de este rey tuerto.

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