La aventura de los caminos reales

Recientemente he retomado un trabajo de investigación sobre el patrimonio edificado que aborda el tema de los caminos reales. El propósito es simple: documentar los caminos originales y descubrir los elementos de apoyo que servían a esa red de infraestructura que, por siglos, funcionó de una manera muy especial y sobre todo de un gran despliegue de relaciones culturales entre los habitantes de un país en proceso de formación. Desde luego que dichos caminos reales deben su nacimiento a los antecedentes de los caminos de a pie, antes de la existencia de las bestias de carga que vinieron con los españoles en el siglo XVI. Muchos de esos caminos fueron trazados de nuevo bajo condiciones diferentes a las que una nueva técnica de desplazamiento y transporte suplantó a otra.
No entraré aquí en los aspectos teóricos o las hipótesis de trabajo, pero sí me interesa poner a consideración de los ocasionales visitantes el asunto de los caminos reales, que de seguro interesará a quienes conocen el tema y que podrán contribuir con notas, referencias o datos que pudieran ayudar al desarrollo de la investigación. He descubierto que muchas personas conocen por referencias, datos que suelen ser muy valiosos en este tema.

Pero como he advertido que no meteré a mis ocasionales lectores en un asunto tan tedioso, no puedo sustraerme de aludir a los aspectos que inspiraron este trabajo y que se refieren a las aventuras en las que suele meterse un viajero común en los caminos modernos y en zonas poco pobladas, en travesías por sitios en donde los camioneros tienen sus paradas, sus sitios de descanso y que siguen siendo una tradición de los trabajadores del transporte sobre territorios vastos que aún carecen de toda la invasión urbanizadora que va contaminando esa línea tan fina entre la naturaleza y la civilización. En principio es un asunto de vivencias, de escenas de viaje que son las que ponen el sabor a la aventura que invariablemente significa la realización de un viaje por tierra. Y más aún, los viajes por tierra suponen trayectos entre una población y otra, entre la naturaleza y el cobijo del transporte que suele convertirse en el refugio (el habitáculo del automóvil, por ejemplo), y más aún por la noche o en las temporadas de lluvia, dos momentos en que el transporte añade sensaciones de mayor aventura a un viaje. Siempre he disfrutado de esos momentos. Siempre he imaginado cómo, en los albores del desarrollo del transporte, se desplazaban los viajeros; al principio, en el siglo XVI, sin la infraestructura caminera para bestias de carga (el caballo, las mulas o las carretas); luego con las carretas y con los caminos reales ya desarrollados que implicaban considerables penurias, paradas obligadas por la reposta o el descanso, abrigos de salteadores de caminos, posadas, sitios o poblados más cómodos donde abastecerse para trayectos más largos, etcétera. Luego el desarrollo del transporte automotriz, pero sin los caminos adecuados para esa nueva tecnología del transporte, hasta llegar al desarrollo de las carreteras modernas y luego las autopistas.  

Ese sabor de aventura de viaje no lo proporcionan las autopistas modernas igual que lo hacían los caminos. Hoy, sólo los antiguos caminos reales pueden ofrecer esa posibilidad de descubrir y conocer las formas de transporte antiguas y los escenarios magníficos que proporcionan al viajero. Muchos de ellos fueron suplantados por el trazo de las carreteras para automóviles que siguieron los trazos antiguos por la simple razón de que eran los más cómodos para ascender o descender en la accidentada geografía nacional. Pero a pesar de que muchos fueron destruidos al construirse las nuevas carreteras, muchos permanecieron; sobre todo, aquellos bien trazados, pavimentados con empedrados y que sirvieron ya no a un intenso tráfico sino a las poblaciones menores que los mantuvieron en uso por décadas, al menos desde los años 20 del siglo pasado. Un ejemplo es el Camino Real de Bolaños, que comunicaba ése real de minas a diferentes poblaciones, sobre todo en el trayecto de las conductas de plata de Bolaños y San Martín de Bolaños a la Ciudad de México, siguiendo el Camino Real de Tierra Adentro. La foto de la izquierda corresponde a un tramo del Camino Real de Bolaños a Colotlán, en Jalisco, la virreinal Nueva Galicia.
Nos esperan nuevos recorridos y nuevos datos en torno al tema que en breve tendremos listos para presentarlos en este sitio, como adelanto de un trabajo de investigación del patrimonio construido en Jalisco para el INAH.

Fotos de esta entrada del autor. Capilla del hospital de Teocaltiche, Jalisco y Camino Real de Bolaños, en el municipío de Totatiche.

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