2 de Octubre, 1968


Por razones personales, no puedo dejar de recordar ese día que hoy sabemos que ocurrió hace ya cuarenta años. No lo puedo dejar de recordar porque no se me pasa y porque normalmente no lo olvido ni lo olvidaré toda mi vida. 
Sé que fue un hecho delictivo impune, que murieron miles de personas aunque el poder sólo haya reconocido a 44 o menos, y sé que no se podrá hacer otra cosa que rescatar la memoria, no la justicia. Sé que suele asignarse a quienes se adhieren como yo a esta fecha, en franco recordatorio de la idiotez de un gobierno, el calificativo de la sedición, de la inconformidad, del izquierdismo o de actitudes propias de los levantiscos, de revoltosos y que nunca están de acuerdo con nada. Sí, todo eso corresponde a mi perfil. Véase si no el contenido del blog.
Se dice, se ha dicho, que el movimiento estudiantil del 68 fue un parteaguas en la historia de México y del mundo. Que lo ocurrido entonces fue el inicio de la búsqueda de espacios democráticos para nuestro país, que lo que hoy podemos tener de democracia (si existe en realidad), es por aquel moviemiento... se dice y se seguirá diciendo, virtiendo opiniones. 
Pero todo lo que se dice no puede compararse con los hehos sangrientos, con la represión desatada en esos meses de junio a octubre de 1968, no puede comparase con los efectos psicológicos, con las historias negras y con los malos recuerdos de entonces de muchos muchísimos mexicanos que vivían en el mismo escenario de tiempos de la conquista española, la represión y el exterminio. 
Me gustaría no ser exagerado, me gustaría no pasarme de las palabras debidas, de los juicios correctos y ¿cómo lograrlo? Difícil, ¿no?

Un testimonio lateral
Estábamos reunidos sobre el puente peatonal que une a la
 segunda sección de la Unidad Tlatelolco con la Tercera; un puente que eleva la entonces Prolongación San Juan de Letrán (hoy Eje Central Lázaro Cárdenas), y desde donde podíamos bajar a la plaza por los terraplenes para entrar a la zona arqueológica y pasar a la iglesia de Santiago Tlatelolco, sitios de nuestras andanzas como adolescentes del barrio. Desde la parte más elevada era más fácil poder ver cómo transcurría el mitin, con las palabras de los oradores casi invisibles por la lejanía, el montón de gente que estaba sentada en las zonas verdes o a los lados de los caminamientos, que caminaba o que hacía rondas con pancartas en la mano pidendo, demandando, cumplimiento de las demandas de parar la represión, de destituir a los jefes policiacos represores, de abolir el delito de disolución social, de desaparecer al cuerpo de granaderos... pedían lo imposible; pedían lo inimaginable para ser jóvenes.
Yo estaba entusiasmado con lo que escuchaba, con la denuncia que se hacía en contra de los medios de comunicación y cómo éstos manipulaban la información, cómo deformaban los hechos y denostaban al movimiento; se decía de cómo se iba a actuar en el moviemiento para exigir se cunplieran las demandas, demandas que entonces eran vistas como peticiones comunistas, sediciosas, antipatriotas... Escuchaba a los oradores y escuchaba que era lo mismo que entre mis condiscípulos de la escuela pedíamos: democracia, respeto a los jóvenes, a sus formas de ser y
 actuar, a su música, a su vestimenta, se pedía que no se reprimiera como se había hecho en las semanas previas, que se parara a los granaderos que golpeaban y que habían herido gravemente a una vecina con un casquillo lacrimógeno, como el que lanzaron y que entró en mi recámara semanas antes cuando la toma de la Vocacional 7 y que entonces apredí lo que era el gas lacrimógeno, el gas mostaza por muchos días impregnado en mi casa. Escuchaba y revivía lo que nos había tocado vivir, lo que nos había tocado aprender de las lecturas obligadas por los hechos o las que hacía personalmente, influenciado por los escritores no sólo nacionales, sino por los de todas partes. Las noticias del mayo francés, de Checoslovaquia, de los movimientos mundiales de la juventud, entonces minimizada, limitada, cuestionada. Los oradores de la Plaza de las Tres Culturas, reflejaban lo que pensaba yo, con mi pensamiento socialmente determinado.
De pronto, Memo "el Jarocho" me gritaba para que subiera al puente, del que me había deslizado hasta la plaza, porque venía el ejército. No le creía:  -No mames, Memo.  En serio, súbete, son un chingo. 
Cuando subí por fin, desde el puente se veía a todo lo largo la avenida hacia el sur: un convoy de camiones con lona de ejército era precedido por una tanqueta. -¡Uy!, son un chingo. Memo decía que nos fuéramos que iba a ponerse gacho; yo aferrado a que no pasaba nada, que no eran capaces de hacer nada, ¿cómo van a atacar a tantos estudiantes? A insistencia de Memo, empezamos a movernos, pero sin retirarnos de la zona. Yo quería permanecer ahí, quería ser testigo. Pero los demás amigos insistieron, nos vamos, dijeron, si quieres te quedas. No sé si fue el instinto gregario o fue el olor de la agitación que se sentía pero decidí irme con ellos cuando empezaron a escucharse detonaciones. El helicóptero no dejaba de dar vueltas alrededor de la plaza. 
Corrimos y yo aún quería estar cerca, en el edificio 11, para ver desde arriba cómo ocurría aquello; no, me dijeron, va a ponerse feo, mejor nos vamos. ¿Qué extraños sentidos tenían mis amigos para imaginar lo que pasaría?El estruendo arreció, los balazos se escuchaban magnificados por los ecos de los edificios, la gente corría a nuestro alrededor, nosotros también. -Vámonos a la casa del Gato! dijeron unos. Desde ahí podemos ver lo que pasa.
En el depa de Javier, el Gato, nos asomábamos con miedo, las balas silbaban, el ruido era infernal, tremendo; desde las ventanas, a las que nos asomábamos con mucho cuidado, podíamos observar cómo en el costado de la Voca 7 una tanqueta disparaba con una ametralladora rociando su carga en dirección a la Plaza, al puente en el que habíamos estado; veíamos correr a alguna gente por el jardín y luego se tiraban pecho a tierra para eludir las balas, pensaba. Luego no los volví a ver levantarse, las ambulancias los recogían... eran otros muertos más fuera de la Plaza. Dos horas de balazos contínuos, sin parar, sin un espacio: ensordecedor, horrendo, triste y lleno de miedo.
Luego vino lo que ya sabemos. 

El blog cumplió ya un año, así que si de conmemoraciones se trata, por favor den una vuelta por el blog del 2 de octubre de 2007. ¡No se olvida! Y para acabarla, Regina de Regil nació el 2 de octubre... ¡ésas son coincidencias conmemorativas! A ella, felicidades.


Comentarios

ELPPGG ha dicho que…
casualmente hoy escribia en mi libretapreblog acerca de estos acontecimientos y mi recuerdo de aquellos lejanos dias cuando nos conocimos en la escuela de arquitectura, cuando en alguna ocasion nos platicaste de aquellos sucesos y recuerdo tu rostro, que para mi es la manifestacion recurrente de aquel horror.Abominable, creo que seria un termino adecuado para referirse al crimen y tambien al gobierno, aquel y todos los intermedios hasta el presente. Si, se dice que aquello propicio los procesos de crecimiento democratico del pais, hum -te cae? Recibe un cariñoso abrazo tu cuaderno, el gege
Anónimo ha dicho que…
Ayer vi la presentacion del libro de Pablo Gomez "El 68 una historia de una derrota transmutada en victoria etica", y recordaba lo que hace mucho me relataste de ese dia, el relato se quedo grabado, creo que por que eres la unica persona que conozco que lo vivio.
Un abrazo... Sandra
Cuauhtémoc de Regil ha dicho que…
Amigos, es tan poco lo que se logró finalmente con todo ese movimiento que a veces creo que bajo las actuales circunstancias habrá que reiniciar un nuevo movimiento, ahora más amplio e incluyente, más fuerte y más decidido... ¡pero no!
Je-je

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