Imágenes para descansar

Con lo harto visual que es el mundo de hoy puede decirse que los encuentros con muchos amigos no pueden excederse en la palabra. Sobre todo que la palabra tiene límites idiomáticos que impiden entrar a formar parte de un intercambio como debe ser. Leo lo anterior y creo que ya me excedí. Pero aquí tenemos el inicio de las imágenes que seguro van a reducir la fatiga al lector. ¿Quién dijo que las imágenes pueden sustituir a las palabras? Me parece excesivo: son otro discurso, nada más; porque, ¿qué quiere decir la foto de la izquierda? En realidad nada, sólo es un pretexto visual para atender a los amigos en este inicio de lectura bloguera que no ofrece otra cosa que posible salida a un tedio de algunos minutos.


O hablar de algunos temas de reflexión, ¿con otras fotografías? Vamos a ver. En la escena de la izquierda tenemos un detalle de un edificio soberbio en La Haya. El tema no sólo es la arquitectura, sino también la referencia al uso de la ciudad: el desplazamiento y el transporte en bicicleta. Una práctica muy saludable de hacerlo es sobre dos ruedas y, evidentemente, no sobre cuatro. Pero, ¿qué quiere decir la foto? Trata de ilustrar un punto exacto de la tierra en donde se hacen las cosas de manera demasiado real, tal vez demasiado reales para ser eso, reales y verdaderas. Pero no se lea en esto un malinchismo, sino simplemente la posiblidad de comparar el empleo de Holanda con el de México, y eso que tenemos un presidente del empleo, nada más para reflexionar, digo. Entonces, ¿qué se quiere decir realmente?


Pues tal vez lo que se intenta es pensar en que algunas veces no son los ciudadanos quienes usan el vehículo de dos ruedas, porque no serían, en México, ciudadanos de a pie, sino represores en dos ruedas o vigilantes abusivos como es harto sabido en este país de derechos humanos. Habrá que preguntarse desde cuándo se pusieron los polis en bici para entneder que la modernización es parte de la forma de vigilar, como lo analizaba Michel Foucault en la Machine de guerrir. Bueno, hay de bicis a bicis.




Porque hablando de sitios la belleza no tiene límites, como es el caso de la rica población de Real de Catorce, en San Luis Potosí. Pero los límites de la belleza existen y las sociedades se los damos. Conocí Real de Catorce hace más o menos treinta y cuatro años y he visto cómo se puede llegar a convertir en escusado lo que antes era digno de conservarse. La población fue conocida por mí gracias a un anuncio radial que la Secretaría de Turismo emitía en donde hablaba de "un auténtico pueblo fantasma en San Luis Potosí al que sólo se accede a través de un túnel de dos kilómetros..."; eran finales de los años sesenta. En muchas ocasiones visité el lugar y cada vez que regresaba los cambios eran al principio interesantes porque ya no se podía ver a la gente saqueando viejas construcciones, pero en cambio sí se empezó a percibir un intento de privatizar lo que por décadas a nadie parecía interesar por ser un lugar de nadie.


Pero ahora el lugar se ha dado a conocer ampliamente y eso, digamos, es bueno para poder protegerlo. Sin embargo, el exceso de la demanda de espacios y la ausencia de planeación, han permitido daños que lo vienen convirtiendo en un verdadero desastre, sobre todo por el comercio de tierras y la especulación creada artificialmente. Como la planeación urbana es acción exótica en este México moderno, han crecido los sitios irregulares y la deformación del paisaje. El INAH local hace lo que se puede, pero al parecer, no hay límite para la expansión de la mediocridad. ¿Deberíamos lamentarnos de vivir en un país sin límites?, o por el contrario, ¿felicitarnos de que no los haya?


Cuando el paisaje es otra parte escencial de lo urbano, se puede decir que estamos frente a un maridaje perfecto entre la naturaleza y la cultura. Es el caso de Real de Catorce, de Bolaños, en Jalisco y, por citar un ejemplo poco conocido, el de Sahara de la Sierra, en Andalucía. Pero a los españoles les obligó la incorporación a la tradición democrática europea, de la que por décadas la derecha los tuvo de rehenes fuera de la participación activa para conservar no sólo el paisaje sino el tejido social, así que pasada la época del oscurantismo regresivo de la época franquista, se tuvieron que esmerar en cuidar el patrimonio que, si bien antes se le cuidó en forma aleatoria o accidnetal debido al escaso desarrollo social y económico, ahora era y es una exigencia de la civilidad. Los hoteleros españoles que acá tienen manos libres sobre la ciudad, el paisaje y los sitios culturales arqueológicos e históricos, allá no lo tienen dado. Pero no son sólo los hoteleros españoles, sino una caterva de políticos de baja ralea que están dejando hacer lo que los españoles y cualquiera que ustedes quieran, puede en un país rehén de los intereses económicos para unos cuantos. Porque por ejemplo, se ha dejado hacer a las compañias canadienses lo que se les dé la gana, con tal de permitir ganancias cuantiosas no importa que le patrimonio histórico desaparezca o se vea afectada la seguridad y la vida de muchos pobladores de Cerro de San Pedro, también en San Luis Potosí. ¿Quién los detiene? No un gobierno pelele, por cierto. Los habitantes del lugar deben oponerse a la entrega sin límites de un territorio, como bien lo saben los habitantes de Temacapulín, en Jalisco, o de la zona de Acedaño o del barrio del Parque Morelos en Guadalajara en donde las autoridades municipales hacen lo que se les viene en gana para favorecer a los inversionistas... ¡bien ganado lo tenemos! No son sólo extranjeros, somos nosotros pusilánimes de la política quienes debemos hacernos responsables. Mientras tanto, Cerro de San Pedro y todos los demás están en la resistencia a acciones que un gobierno sensible no podría impulsar. Cerro de San Pedro fue fundado en el siglo XVI, como Colotlán, en Jalisco por el mismo personaje, el capitán mestizo Miguel Caldera, un gran negociador en favor de la colonia, pero sensible diplomático entre la república de indios y la de españoles. A ver en qué terminan los prestigios de actuales personajes en la historia, ¡pero no!, no lo voy a ver...


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