La vida capitalista

Las noticias no nos hacen felices (no, regularmente), y menos en las actuales circunstancias negativas de lo que priva por estos días en el mundo y sobre todo en el país: con la legitimidad cuestionada encima, la inseguridad (debida a la pérdida de esa legitimidad), la economía en bancarrota (pero nos dicen que es sólo una gripe), la educación dejada a la mala suerte del ACE (Acuerdo para la calidad educativa, dicen), el trabajo como un castigo para quien no tiene los medios para enriquecerse por medio de la especulación y otras transas, las presas de Acedaño y la de Temacapulín y anexos cuestionadas internacionalmente pero en proceso de ejecutarse a espaldas de la población, la villa panamericana lo mismo (ilegítima, a espaldas y cuestionada por la población pero impulsada por los inversionistas privados que luego no se harán cargo de los problemas), y en fin, ahí me quedaría pero me vienen muchas más a la memoria. En vista de todos esos males, el fantasma que recorre las calles de los países capitalistas globalizados (y todos los demás, claro), es el fantasma de la desesperanza, de la ausencia de futuros. Y en vista de todo ello, decía, no hay como refugiarse en la especulación del arte, la trivia y los acontecimientos que sí valen la pena.
¡Qué güeva! 
Notoria, por eso mismo, la participación de los jóvenes estudiantes premiados por el espurio; no porque nos parezca oportuna, pero creo que ellos tenían una oportunidad que tomaron como la vieron. Se necesitan pantalones para actuar así frente al poder corrupto de ese presidente del empleo y de la educación, el que iba a anular el impuesto de tenencia de automóviles, el que nos ha metido en esta hola de violencia que ahora no puede detener: ser espurio no es por nada, lo ha ganado a pulso.


Caminar por las calles para descubrir lo que pasa, lo que la gente dice, hace o inventa es algo que siempre me ha entusiasmado. Por eso descubrir ahora de nuevo a la avenida Álvaro Obregón y andarla un tramo, me llena de recuerdos (no todos de ausencias, by the way) y se convierte en un placer de la vista, de los sitios y por supuesto del té que se vende en la esquina de Orizaba. Pero antes de llegar ahí, me topo, hablando con Javier el Gato por teléfono, con la imagen de un garash: ¡guau! es algo realmente nuevo y chistoso como pasa por acá en cuanto la imaginación irreverrente permite a la gente hacer suyo el lenguaje arbitrariamente, pero en serio. Los garages ya desaparecieron y luego entonces las cocheras también. 

Y luego de dejar el lugar me dan ganas de ir a ver lo que pasó con la dirección mágica que tenía: Orizaba 210. En el trayecto de correría nocturna me encuentro con los trolebuses obsequiados por Korea (creo) a la Ciudad de México para ser usados con fines culturales y educativos, no como chatarra de uso que es lo que suelen hacer las autoridades tapatías. Y luego, llegar para testimoniar que el edificio que en 2000 vi demoler y en ruinas, donde vivió Jack Kerouak, se transformó en una mierda moderna de las peores y más tristes, tristezza, claro Jack, tristezza. La sinvergüenza no tiene límites en ningún lado: la mediocridad impera. Y no lo digo por el testimonio histórico, sino porque así con esa basura no se contruye una ciudad decente, una ciudad con cierta calidad. El resultado lo imaginaba, pero nunca que la decadencia y la mediocridad no tuviera límites. Creo, sin temor a equivocarme, que mi imagen de entonces es la única sobreviviente de ese testimonio del paso de Kerouak por la Ciudad de México. ¿Nadie tendrá fotos del lugar?

Horas antes la desnudez intimidadora de los indígenas en Insurgentes casi esquina con Reforma me toma de sorpresa agradable: una protesta desnuda de hombres y mujeres que reclaman derechos de los 400 pueblos indígenas. Desnudez grotesca, desnudez sin recato, desnudez de un sistema corrupto por quienes no escuchan, no ven, no entienden... Batientes tambores que invitan a la danza de los manifestantes que han logrado tener para ellos un batallón de policías cuidándolos de no salirse de los límites hipócritamente marcados. Me gustó la forma de exhibirse así sin ninguna pena ni miedo de quienes tienen mayores derechos en este país, pero que se les escatima, se les reprime. Ahí está el caso de Chinkultic, en Chiapas, ahí está Atenco, ahí está la Piedra del Oso de la zona wirrárika... y lo que se acumule esta semana.

Esta semana salió un artículo de Ramonet en Le Monde Diplomatique sobre los pronósticos para nuestro sistema capitalista y poco democrático: la comparación de Ramonet de la caída de Wall Street con la caída del Muro de Berlín realmente es para reflexionar. Nada más esclarecedor que lo que se puede ver en todas partes sobre las ruinas de este sistema inhumano y sobre todo, un sistema sólo para los que poseen el capital como un arma letal contra todos los demás. Gracias a mi amigo Alberto Gómez Barboza por el enlace del artículo de Ramonet.

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